Crítica literaria de el Guardagujas de J. Arreola

“EL SENTIDO DE LA AGUJA”

Todo relato puede contemplarse desde dos perspectivas o niveles: historia y discurso. En plano de la historia se enfoca el acontecimiento narrado; mientras que en el del discurso, asistimos a un ordenamiento y organización del acontecimiento, a la modalidad enunciativa de lo acontecido.

Es este último nivel el objeto del presente trabajo, por lo que para ello me centraré en cómo está presentada la historia y qué modalidad de enunciación adopta el propio hecho narrativo, en cuanto a su focalización, su voz, su modalidad y su temporalidad.

Siguiendo la propuesta narratológica de Genette apreciamos que el relato comienza con un narrador heterodiegético y desde una focalización cero: “El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. (…) Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:

Es el momento inicial de la historia, en la que el narrador (omnisciente) nos informa de la llegada de un forastero a una estación de tren inhabitada. Acto seguido, el viajero se encuentra con el otro personaje del relato, que es descrito como un hombre mayor con cierto aspecto de ferrocarrilero. Y es, también, el espacio textual en el que se articulan los rasgos estilísticos que caracterizan este (y otros) relato(s) del escritor mejicano.

Símbolos, imágenes oníricas, metáforas deslumbrantes, visuales, palpables y un acentuado tono irónico, conforman su entramado narrativo que, en “El guardagujas”, dotan al texto de un claro sentido de denuncia social: el incierto destino al que se ve avocada la sociedad, por la cuestionable competencia del poder político para conducirla hacia la senda del progreso democrático.

El viajero porta una “gran valija, que nadie quiso cargar”. Es el ciudadano de a pie, que viaja en busca de su horizonte existencial, cargado con una pesada maleta llena de deseos, expectativas y proyectos de futuro que se truncan, por lo que ese horizonte tiene de lejano: “Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj…

Por otro lado, el “viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero” representaría el poder político, teóricamente responsable de materializar las expectativas de sus ciudadanos (el viajero), por eso sostiene en la mano una linterna, es decir, el instrumento para iluminar el camino que conduce al progreso de la sociedad. Sin embargo, el narrador matiza “pero tan pequeña, que parecía de juguete”, adelantando el sentido discursivo que a continuación se desprende  del diálogo entre el viajero y el anciano, esto es, su limitada y ridícula capacidad (de juguete), para servir de guía a la sociedad, para dotarla de un proyecto político sólido y palpable.

Atendiendo a su modalidad, y utilizando la terminología platónica, estaríamos ante una forma textual mixta, puesto que la narración se mezcla con el diálogo. Desde el <<ángulo dialógico>> bajtiniano la voz del narrador se completa con la de los dos personajes, cuyas palabras se expresan mediante un discurso directo. Es decir, es mediante el diálogo cuando todos los elementos metafóricos y simbólicos de la narración cobran sentido pleno.

Lo primero que pregunta el viajero al anciano es si ha salido ya el tren. Sin embargo, la estrategia de respuesta de éste es la pregunta y la no respuesta. El forastero tiene un objetivo claro y determinado, viajar hasta “T” y sus palabras van encaminadas a su cumplimiento: “Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.”; Pero ¿hay un tren que pasa por esta ciudad? Por eso, su discurso se hace eco de esa claridad, siendo siempre conciso y directo, sin ambigüedades.

Para alcanzar su objetivo posee todo lo necesario: equipaje y boleto, para coger el tren que lo aproximaría a su horizonte de expectativas, esto es, viajar hasta “T”. Sin embargo, a medida que conversa con el anciano ese horizonte se diluye en una maraña de direcciones que no conducen a ningún sitio, de proyectos que no llegan a consumarse. Básicamente porque el sistema ferroviario –entiéndase el sistema político- es una hilarante prueba de la incapacidad de los gobernantes para llevar a sus ciudadanos a buen puerto. Y el discurso del anciano así lo manifiesta.

Según el modelo interpretativo propuesto viajero, boleto, tren, raíles, representarían  respectiva y metafóricamente al ciudadano que confía en que su sistema político le brinde los instrumentos necesarios para cumplir sus proyectos vitales; al derecho de todo hombre de tener una oportunidad para intentar cumplirlos; al vehículo o medio, proporcionado por el sistema político, con el que sus expectativas pueden cumplirse y, por último, a las condiciones materiales en las que esa experiencia, ese intento, discurre. Pero, entonces ¿quién es ese anciano?

Ya al principio del relato el narrador nos sugiere su relación con el gremio del ferrocarril (política): “Al volverse, el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero.” Pero es casi al final del mismo cuando el propio personaje aclara su identidad: “Yo, señor, sólo soy guardagujas. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias.

Queda claro, pues, y llegados a este punto que el anciano es un político que no ejerce, ya que la figura del guardagujas, esto es, el que en las líneas férreas tiene a su cargo el manejo o maniobra de las agujas en los cambios de vía, representaría la acción o (in)capacidad política para contribuir al cambio social y al progreso de la sociedad.

 

Aunque la identidad del anciano se sugiere al principio (por el narrador) y se confirma después (con el personaje) la coherencia discursiva, el decoro poético, del relato se manifiestan, ab origine,  en su propio discurso verbal.

Efectivamente, como si de un político se tratase, o al menos una concepción peyorativa del político que Arreola rescata del imaginario colectivo, su discurso se caracteriza por la ambigüedad, el cinismo, la incongruencia y la retórica, entendida como rhetoriké, es decir, el arte de dar al lenguaje la eficacia suficiente para deleitar, persuadir o conmover.

Es por eso, que el viajero, seducido por lo que el anciano le cuenta, deja de hacerle preguntas sobre el tren que debe tomar, para saber más sobre la situación que el guardagujas le expone. De ahí, frente a la concisión del discurso del primero, la elongación discursiva del segundo, en la que, por otro lado, se describe metafóricamente el sistema político.

 

Así, el anciano habla, entre otras cosas, de la falacia que conlleva la política, es decir, cómo todos los proyectos políticos, manifestados en las propuestas electorales, son un engaño, falsas promesas: “No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.”

También hace alusión a aspectos como la coartación de la libertad de expresión: “Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más; pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación, perdida en la selva.”

Y, en definitiva, al significado último del poder político, entendido como instrumento de dominación, más que de organización de una sociedad: “Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber a dónde van ni de dónde vienen”.

 

Por último, en cuanto al factor espacio-temporal del relato, observamos también su adecuación o coherencia al discurso del relato. Es posible que el autor lo planteara como una crítica del sistema político de su país, Méjico. Sin embargo, el hecho de que lo más destacado, tanto en lo que a espacio como a tiempo se refiere, sea precisamente la ausencia de cualquier tipo de coordenadas espacio-temporales, me lleva a pensar en un intento de universalización y atemporalización del discurso, para lograr así que el mensaje llegue a cualquier contexto en el que se produzca la recepción del mismo.

 

El relato concluye con una suerte de presagio: el advenimiento de los medios de participación democrática que tal vez conduzcan al hombre a su anhelado y, a la vez, incierto horizonte: “Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.«

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