Critica literaria de «Axolotl», de Julio Cortázar

JULIO CORTÁZAR

“AXOLOTL”

“Axolotl: la insoslayable soledad del ser”

 

Por Víctor Fernández

 

Como muchos de los relatos cortazianos, Axolotl, emerge de la esfera cotidiana para conducirnos a su lado más fantástico y siniestro. En este caso, bajo la forma de una historia narrada en primera persona, en la que un hombre, a fuerza de contemplar hasta la saciedad un acuario en el que habitan los axolotl, llega a convertirse en uno de ellos.

 

Sin embargo, esa metamorfosis, esa transmutación de la conciencia, aunque en el texto existe de facto, debe ser entendida en un plano metafórico para comprender el texto en un sentido más rico y complejo.

 

¿Qué hay de real y qué de ficción en esa metamorfosis? ¿Qué significa? La respuesta a estas preguntas será el lait motiv de la presente crítica.

 

Es lógico pensar que, efectivamente, el cambio que se produce en el narrador-personaje (de hombre a pez) no sería posible en la realidad. Sin embargo, en base al principio de verosimilitud llegamos a aceptarlo. Pero creo que quedarnos en ese primer nivel de complejidad analítica, el ficcional, supone negarle al texto su mensaje más rotundo y auténtico; la inexorabilidad de la sensación de cautiverio y soledad que todos los hombres experimentamos en algún momento de nuestras vidas.

 

Es el principio de complementariedad, característico de la narrativa de Cortázar, el que legitima esta hipótesis. El personaje es pez y hombre al mismo tiempo y, por eso, en el desenlace del relato el “nuevo ser” se convierte en una forma complementaria del otro ser : «Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como hombre es sólo porque todo axolotl piensa como hombre dentro de su imagen de piedra rosa.”

 

Pero lo que en uno y otro hay de complementario, lo que, aunque de forma remota, los une, es el estado especial de su existencia. Los axolotl representan una suerte de estructura social, una sociedad que se hacina entre la angustia y el dolor que provoca la más absoluta soledad: “Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario.”; soledad que subyace a un estado general de la realidad que coarta la capacidad de expresión.

De ahí que esos peces mejicanos no sólo son incapaces de comunicarse, sino que tampoco muestran el nivel de comunicación más elemental, más rudimentario, como es la gesticulación, la expresión facial: “No era posible que una expresión tan terrible, que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de que esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían

 

Quedan, pues, sumidos exclusiva y perennemente, en el vasto sueño al que conduce la mera contemplación de su existencia (“Los imaginé conscientemente, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada.”) y en la añoranza de un tiempo en el que ellos gozaron de la libertad de la palabra:»Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl

 

La libertad, ha sido aniquilada por el medio en el  que viven y que Cortázar denomina “infierno líquido”, es decir, una sociedad represiva, ante la que nada pueden hacer y de esa libertad sólo queda un eco remoto, una expresión terrible que desafía la inexpresividad a la que conduce ese el tipo de sociedad.

 

El primer vínculo y, también, la causa de la metamorfosis, entre hombre y axolotl es la observación. El narrador-personaje queda seducido por lo que ve tras los cristales del acuario. Como si estuviese frente a un espejo, en un principio, la imagen le resulta extraña, lejana, aunque también siente que algo le une a ella. Con el paso de los días y a fuerza de observarlos, se produce una identificación plena entre el hombre y los peces y la barrera de vidrio que los separa desaparece: “Veía de muy cerca la cara de un axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí”.

 

Pero lo que precede a la observación y, por ende, a la identificación, es la soledad del hombre que todos los días, de forma obsesiva, se dirige al acuario. Es la soledad, por tanto, el principio de unión entre hombre y axolotl. En definitiva, es la soledad característica de esos peces la experiencia que el hombre comparte, en la que ve reflejada su vida. Quizá así se entienda mejor por qué el narrador-personaje se siente tan atraído por la forma de vida de los axolotl. La insoslayable soledad del ser es eso que él “comprende”; ese “algo infinitamente perdido y distante” que  “seguía sin embargo uniéndonos.” Y esa certeza, esa obsesión universal (“porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa.”) se personifica en la figura del axolotl: “porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl”.

 

Sin embargo, el juego de identidades y significados no acaba aquí. El narrador-personaje se desdobla, una parte consciente de él se transforma en axolotl y la otra, como hombre, queda al otro lado del acuario. De esta forma, observamos, por un lado, la existencia de un hombre o, mejor dicho, una parte de él,  que es consciente de su nueva condición de axolotl y, por otro, la existencia  de otro hombre (otra parte del mismo) que desconoce su metamorfosis, pero que sí es consciente de la realidad que le ha conducido hacia los axolotl: una vez más, la soledad.

 

El narrador-personaje encuentra ese paralelismo entre su vida -la vida de todos los hombres cabría decir- y la de los axolotl y queda fascinado por esa semejanza, hasta el punto de que una parte de su ser se transforma en axolotl, comprendiendo así lo insoslayable de la soledad. Sin embargo, la otra parte de él, la que vive en libertad al otro lado del vidrio, tampoco escapa de ella porque “creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.”

 

Pero ¿cómo opera este juego en el texto?

 

En primer lugar la modalidad adoptada. La historia se organiza en forma de psiconarración, por cuanto “es el propio narrador el que hace en el marco de su propio discurso, el recuento o exposición” de su experiencia, sus sensaciones y sentimientos en su relación con los axolotl.

 

La consonancia entre narrador y personaje es total. La historia es contada en primera persona por un narrador que, a su vez, es el personaje central, es decir, quien nos cuenta la historia es el mismo que la vive. De esta forma, por su acentuada capacidad mimética nosotros, como lectores, quedamos atrapados imbuidos en el transcurso de los acontecimientos, que las distintas voces que aparecen en el relato, nos cuentan.

 

Sin embargo, la predominancia de este tipo discurso indirecto, como es la psiconarración, se ve alterada en dos ocasiones, cuando el narrador-personaje reproduce de forma directa el supuesto mensaje de los axolotl “<<Sálvanos, sálvanos.>>” y cuando hace lo propio con las palabras del guardián del acuario “«Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado.”. De esta forma, mediante fuentes de información externa, se enfatiza la obsesión que el personaje tiene por los axolotl.

 

El rasgo discursivo común, en todos sus aspectos, es la fragmentación, la discontinuidad, la ruptura, que obedece a un propósito: el antes y el después del hombre y del axolotl. Los cambios de perspectiva y de voz, los continuos saltos temporales lo enfatizan.

 

Si atendemos a la voz narrativa el texto quedaría dividido en aquellos momentos en los que la identidad del narrador personaje, expresada en primera persona, oscila entre su condición de hombre (“El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abrió su cola de pavorreal después de la lenta invernada”.) y entre su condición de axolotl (“Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre.”).

Sin embargo, también se producen otras alternancias. En el momento en el que una parte del hombre se transforma en axolotl, se produce un distanciamiento y un cambio de perspectiva brusco, por eso, se emplea la tercera persona del singular y la primera del plural, de forma que la identidad y la pertenencia al nuevo colectivo se enfatiza: “O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre…”

 

En otras ocasiones, el uso de la primera persona del plural, con el mismo propósito de señalar la voz de los axolotl,  marca una fuerte ruptura frente al dominio del empleo de la primera persona del singular expresada por la voz del narrador-personaje-hombre: “A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga.

 

La estructura del relato es circular. El narrador desde el inicio, en tiempo presente (“Ahora soy un Axolotl”) es ya un axolotl que se remonta en el tiempo para contar cómo llegó a serlo. Y finaliza con su condición de pez en el acuario, retomando el presente como tiempo verbal (“…me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros…”) Sin embargo, en ese antes y después de ser un axolotl hay continuos vaivenes temporales, aunque todos ellos suponen una retrospectiva, una analepsis: “Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl”; vaivenes que, por último, también se observa en la focalización: axolotl-hombre-axolotl.

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