50 años jugando a la rayuela

Posiblemente sean (seamos) muchos los que, llegada una edad, leyeron (leímos) la Rayuela de Cortázar con la misma fascinación con la que siendo más  jóvenes leyeron (leímos) El guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Porque, en otro tiempo cronológico-vital y otro orden estético, Rayuela también es una suerte de novela de aprendizaje o iniciación a la madurez.

Sin embargo, en el caso de Rayuela, esa fascinación alcanzaba un estadio especial; por compartir el idioma del autor, así como más referentes culturales; por elevar la  magia de la historia con una estilística y una estructura narrativa vanguardista que rompe las fronteras convencionales de la novela y que diluye la trama en el universo psicológico de sus personajes, una estética lúdica y bohemia, transgresora.

Su lectura necesita de un lector atento y dispuesto a asumir las reglas de un juego. La historia puede leerse de tres formas distintas: de un modo lineal o tradicional, según una guía de dirección y, por último, en el orden azaroso que cada uno elija. El resultado, al igual que cuando se relee el libro eligiendo idéntico camino que en la lectura anterior, es siempre distinto. Lo único que permanece invariable es la atmósfera mágica que envuelve acontecimientos, discursos y personajes; la inquietante sensación de haberlos vivido en lugar de haberlos leído.

Rayuela puede ser muchas cosas pero, ante todo, es un tratado o manifiesto vital, de la búsqueda vital, con más exactitud, en la que estamos inmersos mientras vivimos. Un tema, al igual que el alter, el doble, muy presente en la obra de Cortázar. La búsqueda de Horacio Olivera –uno de sus personajes más emblemáticos- en Rayuela y salvando las diferencias, tiene ecos anteriores en su relato El perseguidory, posteriormente, en el Calac de 62/Modelo para armar.

La vida y su inexorable encuentro con la muerte, el amor y el desamor,  la confianza y la traición, la esperanza y la desesperación, la melancolía y el esplín, la ebriedad  y el gozo, el arte, y los demás elementos que conforman la vida entendida al modo cortaziano. La vida agarrada o desangrada magistralmente en cada palabra. Eso es Rayuela.

Este año se cumplen las bodas de plata de ese matrimonio que se me antoja indestructible entre Rayuela y sus amantes lectores. Un matrimonio raro que dirían algunos -quizá los mismos que también se extrañan de que el Ulises de Joyce también esté casado- porque su lectura puede parecer compleja y su lector implícito tiene un perfil muy particular, exigente a priori por la continuas referencias al mundo del arte, literatura, música, filosofía…

Quizá por eso esta efeméride no sea tan celebrada como, a mi juicio, la ocasión requiere. Con el panorama actual de extrema superficialidad y banalización de la cultura y el arte, Cortázar puede parecer un tipo extraño que habla de cosas extrañas que no interesan más que a cuatro cinco tipos tan o más extraños que él. Es un autor que pertenece al canon literario, Rayuela sin ir más lejos,  está considerada entre las mejores novelas del siglo XX pero, paradójicamente, no cumple la preciada categoría comercial de apto para todos los públicos, de 9 a 90 años, como otros autores bestseller y de ahí la desatención hacia su obra de las editoriales españolas.

Soy poco dado a celebrar las efemérides pero, cansado de ver absurdas y desmesuradas celebraciones de otras quizá mucho menos relevantes, celebro el cincuenta aniversario de su nacimiento; celebro a Cortázar por reinventar la novela, por reinventar París, celebro a la Maga, a Horacio Olivera, a Morelli, a la gente rara en general y a los escritores raros en particular, porque ellos nos enseñan modos de ver la vida otrora desconocidos y enriquecedores. Celebro que aquél día, ebria de alcohol y de poesía,  Alejandra Pizarnik, a quien Julio Cortázar había confiado el único manuscrito existente de Rayuela para que lo pasara a máquina, no lo perdiera de verdad y fuera solo cuestión de tiempo que lo encontrara. Gracias a esa casualidad hoy podemos seguir leyendo una de las obras más singulares de la narrativa contemporánea.

¡Felicidades Rayuela!

Desde estas líneas, gracias a Alejandra… Por no perder del todo el irremplazable manuscrito.

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